Todo comenzó en un pequeño laboratorio improvisado en la universidad de Shenzhen, donde un grupo de jóvenes ingenieros pasaban más tiempo soldando cables y ajustando hélices que en clases. Entre ellos estaba Tao, un estudiante con una obsesión poco común: crear un dron que pudiera mantenerse estable en el aire sin importar el viento. En aquel momento, nadie hablaba de drones como una industria, mucho menos como una herramienta de negocio. Eran apenas juguetes para entusiastas o proyectos de ciencia. Pero para Tao y su equipo, era una pasión que…
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